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En los años 60 de la República de China, los fideos artesanales eran una de las industrias más importantes en la antigua calle de Muxia. En su apogeo, había varias decenas de talleres que formaban un asentamiento especial conocido como el “barrio de los fideos”. Más tarde, con el auge de la producción mecánica de fideos y la proliferación de rascacielos, los espacios para secar los fideos fueron desapareciendo; hoy solo quedan unos pocos que conservan el método artesanal.

 

Elaborar fideos es un trabajo duro: hay que levantarse muy temprano para amasar, dejar reposar y volver a amasar la masa, antes de pasar por los pasos de enrollar, estirar y secar al aire; cada etapa requiere esmero, y al final se envasan los fideos que consumimos a diario. Antaño, su producción dependía del clima: según la estación y el tiempo, había que ajustar las proporciones de agua y sal, y coordinar los tiempos entre procesos para obtener unos fideos perfectos. En la época en que se secaban al sol, cada maestro era un auténtico experto en predecir el tiempo. Más adelante, al levantarse los edificios altos, se pasó al secado con aire caliente, lo que evitaba la dependencia del clima y aseguraba una calidad constante.

 

La fábrica “Liu Hsieh Chang”, situada en el callejón 85 de la 3ª sección de la carretera Muxia, es una de las pocas que aún elabora fideos a mano. Por ser una labor muy dura y exigente físicamente, los jóvenes se muestran reacios a incorporarse, lo que ha generado un vacío generacional; a medida que los viejos maestros se jubilan, la técnica se vuelve especialmente valiosa. Sus productos son imprescindibles en las fiestas locales, ceremonias y banquetes, así como en las comidas nutritivas de invierno; su textura elástica y la capacidad de no deshacerse tras larga cocción los convierten en el favorito de los gourmets. Combinados con el aceite de té característico de Muxia, resultan exquisitos.